Los amantes del hubiera
Dijiste mi nombre.
Cinco letras que combinadas de otra manera no riman con nada.
Y entonces supe que era una despedida.
Siempre fuiste tan pragmático, tan elocuente, de respuestas contundentes y palabras profusas. Te escuche decir tantas veces que éramos como los pedazos rotos de un mismo espejo, tratando de encontrase, de rearmarse, de contar la historia dejando atrás la huella de los dolores ajenos que nos dejaron así: quebrados, devastados, regados por el suelo. Tuve el placer de verte en tus peores y tus mejores momentos, perpleja ante la intensidad de tus juicios, nunca fui digna de ser amada como quería, como esperaba, a la vieja usanza, como en el cine, como en la vida real de quienes nos rodean, con sus casas, con sus perros, con sus trabajos perfecto; con los hijos que en nuestro caso evitamos a toda costa y con todos los métodos.
Y entonces me llamaste amante. Me parece una expresión tan bonita, tan apropiada, tan justa. Al final viene de la palabra amor y eso fue lo que hice: amar sin mancha, sin queja, sin duda, transparente hasta casi desaparecer entre tus miedos y tus afanes, temiendo que el tiempo no nos alcanzara, sabiendo que no nos iba a alcanzar. Crucé oceamos por ti, pasé mil noches sin dormir, te escribí historias, te canté canciones, compuse poesías que llenaron libros enteros y me imaginé que a pesar de lo obvio, aún tenía la posibilidad de merecer que en días como hoy me extrañaras. A pesar de nunca haber querido tomar mi mano o del esfuerzo sobrehumano que hacías por esconder las intenciones —que luego ardían entre sábanas—, a pesar de verte cada día atesorando una nueva denominación para referirte a nosotros, una que no fuera de las comprometedoras. A pesar de las mil evidencias que puestas en el papel, una tras otra, me hacen ver cada vez más ingenua, a pesar de todo eso, a pesar del pesar, pensé que en algún momento ibas a darte cuenta de lo natural que se da entre nosotros, de lo cómodo que te sientes en mis brazos, de lo entrañable de mi franqueza y de mi capacidad para guardar en el alma toneladas de afecto y de almacenar en la cabeza nuestros recuerdos, fotografías mentales de nuestros encuentros, instantáneas de tus ojos bonitos y tus muecas al sonreír, para no quedarnos en el ‘hubiera’ que es el castigo de los cobardes.
No nos quedamos ahí. Fuimos más… y fuimos por más. Lo tuvimos todo, lo dimos todo, nos desnudamos en el camino y nos convertimos en enemigos; hicimos fiesta bajo la aurora y me volví el hogar de tus lamentos, la inquilina de tus deseos, de las buenas charlas, de mi talento innato para soltar ráfagas de indirectas a ver si caías en la cuenta de lo que fluye aquí en la mitad de este festín de sentimientos y contradicciones que es nuestro amor fallido, prematuro, frágil y sin futuro. Fuiste resguardo para mis labios repletos de besos, de palabras coherentes cargadas de mañanas infinitas, de desayunos en la cama, y nos inundamos de pensamientos que incluían nuestros propios hijos nuestro propio perro, nuestras propias fotos de perfil abrazados con un paisaje famoso de fondo.
Me llamaste amante, yo te llamé cobarde. Y ya no somos ni amigos, es lo que dejan los momentos de torpeza, de ceguera momentánea, de calentura —en la entrepierna, en la cabeza, da igual: las consecuencias siempre son nefastas—. Nos saltamos el protocolo y nos comimos las viandas, nos bebimos la histérica potencia de un amor desvalido que solo iba en una vía, de aquí para allá, nunca de allá para acá, un camino sin retorno, probabilidad de chocar… suelo resbaloso. Hoy no podemos ni vernos, no somos. Si antes no fuimos ahora menos debemos, podemos, queremos. Nos quedamos en el aire y veníamos del vacío.
Yo sería tu amante, de verdad. Me quedaría contigo, lo apostaría todo, arriesgaría hasta mis textos, lo único honesto que me queda. Pero un nunca has sido mío. Tú llámame como quieras —y llámame cuando quieras— que si llueve y hace frío, yo te tengo diez propuestas. Las revisas y me cuentas, no te quedes en el ‘hubiera’, compañero mío, allegado mío, que un día habrá alguien que merezca tus desvelos, ser extrañada con decencia y por supuesto… será digna de tus letras.
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Blog en El Tiempo: Desvariando para variar
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