Epifanía
No necesitas decir nada. Abre los brazos que el nuevo día te espera. Sí,
soy yo, la misma que juró no creerte, no abogar por tus intentos y tus
repentinos cambios de humor. Tú, antipático misterio de la creación que desesperas
con esa mirada incrédula y esa manía de tener para todo una respuesta ¿de dónde
vienes?, ¿qué es lo que quieres?, por qué me resultas tan irresistible, tan inevitable,
tan vital; por qué quererte es un vicio, indispensable como respirar, anhelarte
y besar tu ausencia como si de ello dependiera todo, mi vida, tu vida, todo. Amor mío... ¿sabes hace cuánto no llamo a alguien así? Absurdo, lo sé, tan tonto
como la certeza de ser, de abrigarme en tus silencios y pensar que si me amas
yo voy a amarte como nadie lo ha hecho jamás, hasta que se disipen las dudas y lo
veas con esos ojos que me hablan sin pronunciar palabra, hasta que se revienten
las ganas y te envuelva mi voz en una alabanza eterna. Es una epifanía mi amor,
amor de mi vida, lo vi en las estrellas, en ese cielo que compartimos y que me enseña
tanto sobre lo eterno y sobre el placer de componerte y soñar despierta que
recorro con las manos mi territorio perfecto, mi hogar tan adorado, tus manos,
tu divina humanidad conteniendo todo lo que me inspira y todo lo que no alcanzo
a describir con palabras. Te he querido tanto y tanto te querré que he puesto
mi alma a tu servicio a pesar de la ansiedad y del eco de mis miedos retumbando
en los espacios en los que quiero convertirte en poesía para respirarte y
acariciarme con tus palabras contadas y precisas. Y es que si hay una verdad
irrefutable en nuestro mundo divergente, es que a ti nadie te ha querido ni te
querrá así después…
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