No tenemos un mañana
Me desperté un día sabiendo que jamás tuvimos un mañana. La desazón del olvido teñía las paredes y el aire olía a despedida. Abrí los ojos pero no pude moverme de la cama. El peso en el pecho me ahogaba las ganas y me invadía de angustia. Nunca tuvimos un mañana, y no porque no quisiéramos o porque no nos alcanzaran los besos, fue más un asunto del tiempo, ese enemigo invisible que nos va quemando por dentro y nos va convirtiendo en sus víctimas. Y sin importar cuánto te he amado, no nos queda nada aparte del recuerdo y de pensar que fuimos lo que quisimos, pero jamás lo que debíamos ser: un par de amantes con un mañana. Nunca tuvimos un mañana, mi amor, y cómo duele ahora que el vacío nos congeló la sangre y los días vienen y van sin pena ni gloria, sin esperanza y sin color. Divagamos, navegamos, nos diluimos y nos amamos, nos quebramos de tanto intento y sobrevivimos a la hecatombe del destierro y el fracaso. Nos quisimos como se quieren los delirantes dueños de los relatos...