No tenemos un mañana
Me desperté un día sabiendo
que jamás tuvimos un mañana. La desazón del olvido teñía las paredes y el aire
olía a despedida. Abrí los ojos pero no pude moverme de la cama. El peso en el
pecho me ahogaba las ganas y me invadía de angustia. Nunca tuvimos un mañana, y
no porque no quisiéramos o porque no nos alcanzaran los besos, fue más un
asunto del tiempo, ese enemigo invisible que nos va quemando por dentro y nos
va convirtiendo en sus víctimas. Y sin importar cuánto te he amado, no nos
queda nada aparte del recuerdo y de pensar que fuimos lo que quisimos, pero
jamás lo que debíamos ser: un par de amantes con un mañana.
Nunca tuvimos un mañana, mi
amor, y cómo duele ahora que el vacío nos congeló la sangre y los días vienen y
van sin pena ni gloria, sin esperanza y sin color. Divagamos, navegamos, nos
diluimos y nos amamos, nos quebramos de tanto intento y sobrevivimos a la
hecatombe del destierro y el fracaso. Nos quisimos como se quieren los
delirantes dueños de los relatos desgarradores del pasado y nos dejamos para
siempre en la parada del tren, abandonados, con ese abrazo del final que se devora
las promesas y se convierte en el único recuerdo latente, ese que se va
perdiendo a medida que rozamos otras almas, visitamos otros sitios y desnudamos
otros cuerpos.
No tenemos un mañana, ni tú
ni yo, y lo sabemos. Siempre lo supimos, pero es más fácil creer que sí cuando
se tiene el hoy, el momento, el instante en el que somos felices y eternos,
únicos y capaces. Ahí es donde el aliento se engaña y cree que todo es posible,
que puede con la carga de no contar con ese mañana que al amanecer se disfraza
de un hoy con los juramentos intactos, porque mañana no se refiere al momento
en el que vemos juntos salir el sol, no mi amor, mañana es eso que no tenemos,
que no tuvimos nunca, lo que viene después: la casa, el perro, el jardín y los
hijos, las madrugadas heladas y hasta los abismos.
No hay mañana porque fuimos
lo que siempre juramos, pero de ser tanto sin ser del todo nos quedamos con la
nada, solos y sin respuestas, sin eso que nos faltó, el fuego que se extingue
sin dejar cenizas, el cadáver de tanto anhelo, el hedor del pánico que distrae
y nos separa, todo ese amor desbarrancándose mientras tú y yo, arropados bajo
el mismo cielo pero con el espíritu ajeno, sin mañana y sin futuro, nos fuimos
dejando atrás y ahora, que nos tenemos frente a frente, las palabras se nos
quedan cortas y nos ahogan la voz.
No tuvimos un mañana, amor
de mi vida, pero vaya que tuvimos el presente. Prefecto y letal hasta la muerte.
Tanto, que un solo soplo de esperanza nos podría devolver a ese hoy que fue tan
nuestro, con el pulso disparado y con las venas colapsando por la sangre que
sonroja y que juega a delatarnos. Juguemos a querernos hoy, con el alma y con
las manos, porque mañana no tendremos, eso está claro, pero sé que por lo menos
estaremos satisfechos de haberlo intentado.
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