Me gustas.

Me gustas. Con todas sus consonantes y todas sus vocales. Tal como suena, con el sonido imperceptible de su punto final. Con énfasis y con acento, aún con la ausencia de tildes. Me gustas. Lo sé, es una forma escueta de decirlo y usualmente me perdería en un mar de silogismos para darle vueltas al asunto pretendiendo que las analogías y los símbolos suavizaran el efecto de tal certeza sobre mi alma, pero no hay necesidad, porque la verdad desnuda y sin maquillaje es que me gustas. Desde cuándo te preguntarás, yo también lo hago. Puede ser desde aquel día que te sorprendí mirándome con ojo científico, tratando de develar la rareza de mis acciones, o simplemente entreteniéndote con una más de mis tonterías. Podría ser ese día. O fue aquel que pronunciaste mi nombre con todas sus letras y una gotita imaginaria de agua helada se me derramó por la espalda. Sí, ese día sí.

La pregunta aquí es por qué. Estás muy lejos de ser lo que siempre he soñado. Y aún así, mientras escribo estas líneas recordando cada momento que he pasado contigo, una sonrisa tonta se dibuja en mi rostro y me inspiro. Cínico, sí. Un poquito arrogante para mí gusto, con un sentido del humor bastante extraño y esa pose de superioridad que desespera. Me gustas. Justamente son esos momentos detestables los que más me inquietan. Mirar, decir dos o tres cosas sin vergüenza, levantar la ceja, sonreír y transformar toda tu expresión en un acto de rebeldía. Me gustas. Definitivamente me gustas, aunque sea un completo acto de irresponsabilidad con mi salud mental, de masoquismo y falta de foco, pero no me conoces del todo, no sabes hasta qué grado puede llegar mi obstinación. ¿Ya te dije que me gustas?

He dejado atrás algunos pensamientos perturbadores y me he dedicado a observarte. Cada paso que das, cada momento a tu lado, cada excusa que me invento para acercarme, cada expresión confusa de tu rostro, cada palabra es un desafío porque quiero saberlo todo, pura curiosidad. Es que no te imaginas qué delicia es verte sonreír, tal vez nadie te lo haya dicho, pero así es, y entre las cosas que he dejado ligeramente atrás se destaca mi contundente pesimismo o mi tendencia a no actuar, lo cual quiere decir que en cuanto tenga la oportunidad de mirarte a los ojos y no me desmaye, te lo diré. Por un momento sentiré que todo lo puedo, que todo es posible.

Está bien, no es cierto, no lo haré. Porque primero me habré desmayado. Sin embargo, todo ese halo de inconformidad, ironía y misterio que te envuelven me inquieta de una manera que no alcanzas a concebir. Quiero saber lo que hay detrás de la máscara de autocontrol que has creado, quiero saber si es bueno o es malo, quiero arriesgarme, quiero perder y quiero ganar en el intento. Decepcionarme de pronto; no sería la primera vez. Apasionarme podría, eso sí lo sé hacer bastante bien. Pero enamorarme, no creo, tengo demasiados miedos por afrontar. Por ahora te escribo, aunque sin saber si leerás. Ojalá así sea, y quizás ni siquiera lo entiendas, porque como siempre estoy divagando y yéndome por las ramas, cuando debería pararme frente a ti y decirte de manera directa y categórica: Muchacho inquietante, de ojos negros y distantes, sonrisa torcida y actitud distante… ¡cuánto me gustas!

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