La Cita
Mientras me mordía las uñas, el hombre de los ojos de mar me miraba expectante. Era una cita extraña, peculiar, nunca me había sentido así, porque a pesar su innegable atractivo, ese olor a perfume finísimo que impregnaba el ambiente y esa enigmática presencia que robaba el aliento, a pesar de todo eso, yo sentía que estaba en medio de un juicio. Lo peor es que a quien juzgarían sería a mí. — ¿Seguro que no tarda en llegar? —pregunté con toda la ansiedad que cabía en mi voz. El hombre de los ojos de mar desvió su mirada de la ventana para ponerla en mí. —No te preocupes. Ella siempre llega tarde— respondió. Los minutos pasaban y el único ruido que interrumpía ese incómodo silencio, era el tic-tac de un reloj viejo de pared. Hasta que ella apareció. Menuda, de ojos grandes y cabello granate, me saludó con una disculpa y se sentó junto al hombre de los ojos de mar. Con él también se disculpó y le tomó la mano; preguntó en qué íbamos y él le respondió que no quería empezar sin ella....