Dulce
Dibujando vaivenes entre luces y sombras, deambulaba coqueteándole al misterio envolvente de sus palabras prohibidas. Nunca antes se había enfrentado a la fuerza del mar ni al cadencioso golpeteo de las olas en su espalda; cerraba los ojos y tras sus párpados se escondían mandalas de colores que bailaban dentro de un caleidoscopio improvisado, mientras tejía la melodía de una sonata exquisita que se inspiraba en los ojos de aquel poeta despistado y frágil, esos ojos que no eran oscuros ni almendrados, pero que albergaban la esperanza y el deseo en perfecto equilibrio. Se enamoró de su silencio, de su delirio de héroe, del latido de su corazón. Se prendió de su último aliento, del sabor a fruta madura y suave de sus labios, se tatuó en el pecho una herida que ardiera al contacto con el aire y así sentirse viva y real al interior de ese idilio que se convertía en utopía con el paso de los días... una dulce añoranza desvaneciéndose en sus manos.