Regalo...

Por un momento, pareció real. Dentro del estuche de colores estabas tú tan tranquilo y con tu sonrisa de ángel iluminando el ambiente. Una lágrima se me escapó y el silencio fue testigo de mi ferviente deseo de verte rozando el aire con tus alas de cristal. Con el corazón revolucionado y el palpitar de mi sangre a punto de sucumbir ante la emoción de estrecharte en mi brazos, me perdí en el júbilo de desatar la cinta roja que limitaba el pequeño espacio entre tú universo y el mío, que parecía apenas estar naciendo y que no tenía ya final.

-¿Es para mí?- pensé desconfiada. Sentí que era demasiado egocéntrico de mi parte considerar la maravilla de tu luz irradiando mis espacios, tan vacios y carentes como si un desastre natural los hubiera desolado, dejando a su paso un hollín tan oscuro como el miedo de perderte entre mis arrebatos insulsos y el cantar de mis errores. Pero eras mío, tan mío como puede ser de la flor la espina, como lo es del mar la sal. Y es que así dueles mi alma, dueles en las manos que ahora te sirven de apoyo y que te recibieron sin esperarte. Dueles en los ojos que te vieron por vez primera y que no se cansan de mirarte aunque sangren cada vez que lo intentan, dueles en las ganas, dueles en mi ambición, dueles en el abismo y en la cajita que aún no logro abrir.

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