Hablo de ti en pasado y ya no duele. Hoy por primera vez dije tu nombre y no sentí frío, no sentí que me estallaba el vientre ni se me derretía el alma en suspiros. Hablo de ti en pasado porque ahí estás, donde decidiste quedarte y donde abandonaste nuestros intentos para continuar por un camino inmenso que solo te correspondía a ti, a ti y a tus ansias de convertirte en hielo a pesar del fuego que llevas dentro, porque a mí, lo que me queda a mí, es la ausencia y las respuestas que no tuvieron nunca una pregunta para atender y que se fueron convirtiendo en polvo. Se las llevó el viento. Hablé de ti en pasado no hubo llanto. No hay nombre ni seudónimo que te represente. Pasaste de ser todo: el mar, el aire, el sol, el día y la noche, a ser él o ese, sí, con todo y las cursivas, con el desenfado y el desgano que tanto amor deteriorado amerita. Yo me fui consumiendo, me fui agrietando por dentro y de tanto anhelo se me inundaron los porqués y los cuándos, a la espera siempre de ...
No soy la mujer que estás buscando, lo siento. Quisiera serlo a veces, solo a veces, en esos días en los que eres fuego y por tu culpa arden las ciudades y el viento se llena de humo y escarcha negra, en esos días quisiera ser la mujer que buscas, la que puede apagarte, amainar tu ira, abrazarte y dormir a tu lado para que estés tranquilo. No soy la mujer que estás buscando. Quieres alguien frágil, vulnerable, impotente ante tu locura y tus arrebatos infames, tu falta de consideración y tu sombría manera de enterrar cualquier sueño en lo más profundo de la tierra. No soy la mujer que estás buscando, a pesar de amarte más que nadie, como solo se ama una vez en la vida. Yo fallé en la búsqueda, te encontré cuando no debíamos, cuando no podíamos, cuando ninguno de los dos sabía que es posible creer, inherente crecer, con todo y que riman como rimábamos nosotros, ese engranaje perfecto de tu cuerpo y el mío devorando las ansias y rompiendo los miedos. No soy la mujer que estás ...
Extrañar a alguien tiene su ciencia. La vida empieza a girar alrededor de la ausencia y la invocación constante e involuntaria, construyendo escenarios utópicos donde convergemos y nos chocamos como planetas. Extrañar a alguien tiene cierto encanto. Nos vuelve creativos y didácticos, porque cada vez es más urgente inventarle tretas al tiempo y juegos a la mente para distraerla y no pensar, no recordar, no darle paso al anhelo y a la angustia. Extrañar a alguien tiene sus ventajas. Se pierde peso sin ejercicio y se mantienen vacíos los lagrimales. La rabia nos hace valientes y la opinión de los demás deja de importar. Pero extrañar a alguien es tan aburrido para quien extraña. Lo convierte en un fantasma, en un holograma de sí mismo. Mantiene vivas las esperanzas y guarda en un baúl la conciencia para que no le grite lo que es tan cierto: extrañar a alguien es algo inerte, una gran pérdida de tiempo.
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